Cuando el grito se vuelve silencio.

Jaume Orriols, el pederasta confeso y convicto, a la izquierda, junto a Fray, en 2019. Foto: Dirty Rock.

Decibelios nos acompañó durante años. “Viento de libertad”, “Odio” o “Exploited Klimbers” son parte de una memoria musical que muchas compartimos y que, en su momento, nos hablaba de resistencia, de calle, de dignidad obrera. Por eso mismo, duele pensar qué pasa cuando un proyecto que cantaba rabias colectivas guarda silencio frente a una violencia tan brutal como el abuso sexual infantil.

La condena contra Jaume Orriols Juanos, exguitarrista de la banda, es un hecho judicial firme. Él mismo reconoció ante la Justicia los delitos de abuso sexual infantil y producción de material pedófilo. Eso es indiscutible. También es cierto que, hasta donde llega la información disponible, el resto de los integrantes de Decibelios no actuaron como cómplices ni como encubridores; sin embargo, callaron… Pero en los colectivos culturales la inocencia jurídica no cierra la conversación. La pregunta ética sigue abierta: qué conversación interna, qué códigos, qué formas de relacionarse hacen que un agresor sexual se sienta cómodo en un grupo que lleva más de treinta años hablando de dignidad, rebeldía y libertad.

En este punto importa distinguir lo judicial de lo político. Que la banda no conociera los delitos no elimina la responsabilidad pública de posicionarse. Una agrupación musical que por décadas ha ocupado un lugar simbólico en la escena antifascista y obrera no puede limitarse a un mutismo cuidadoso. El silencio prolongado, incluso cuando es legalmente inofensivo, produce efectos, desdibuja la gravedad, confunde a la escena, protege simbólicamente al agresor y deja sin reconocimiento a las víctimas. No se trata de exigir heroísmos, sino de coherencia ética.

Esta reflexión tampoco ignora lo complejo que es separar al individuo del colectivo. En la música, como en cualquier espacio creativo, la obra compartida no se disuelve porque uno de sus miembros cometa un crimen. Nadie pide borrar discos ni negar una historia musical que marcó a una generación. Pero sí es necesario trazar un límite claro: el legado artístico no puede transformarse en refugio moral, ni la camaradería puede ser un escudo frente a una violencia tan estructural como el abuso infantil. El afecto entre compañeros no puede pesar más que la responsabilidad con las víctimas, con la escena y con la sociedad que escucha.

Ya es sabido que la violencia sexual no es un acto individual aislado, es un engranaje que se sostiene en jerarquías de género, raza, clase y poder. La explotación de niñas y niños, sobre todo cuando son pobres o racializados, no surge de la nada. Crece en entornos donde el prestigio masculino tiene más valor que la vulnerabilidad de la infancia. Por eso es relevante observar cómo el silencio público favorece la continuidad de esa estructura, incluso cuando no exista intención de hacerlo.

El caso de Decibelios pone sobre la mesa la tensión entre una trayectoria musical valorada y una obligación ética impostergable. Es legítimo disfrutar la música que nos marcó, y también es legítimo exigir que quienes reivindican luchas obreras, callejeras y antifascistas se mantengan a la altura de sus propias letras cuando un hecho tan grave irrumpe en su historia. No pedir eso sería aceptar que la rebeldía se limita al escenario.

Por todo lo anterior, consideramos que su presentación en Bogotá este 5 de diciembre resulta insostenible. Una banda con décadas de trayectoria pública necesita un posicionamiento claro. No basta con decir que el agresor ya no hace parte del grupo. Hace falta nombrar lo ocurrido, rechazarlo sin ambigüedades, expresar empatía con las víctimas y revisar críticamente qué dinámicas internas deben transformarse para que la comunidad musical no sea un espacio cómodo para ningún agresor, ni hoy ni mañana.

No se trata de castigar un legado musical, sino de honrarlo. Si Decibelios cantó durante años sobre libertad, dignidad y lucha, es momento de mirar de frente qué exige esa misma ética cuando la violencia afecta a niñas y niños. No se puede separar música y responsabilidad. No se puede invocar la rebeldía mientras se calla ante un crimen que fractura vidas enteras.

La banda tiene aún la posibilidad de rectificar, de hablar con claridad, de mostrar que la escena puede crecer y hacerse cargo. Guardar silencio es renunciar a todo lo que sus canciones prometieron. Hablar sería, al fin, ponerse del lado de la libertad que ellos mismos cantaron.

Gloria & Esthefanny

Referencias:

https://www.elmundo.es/cataluna/2022/06/16/62aafaa0e4d4d899218b4571.html

https://elpais.com/espana/catalunya/2022-06-07/la-fiscalia-pide-49-anos-y-8-meses-de-prision-para-el-exguitarrista-de-decibelios-por-pagar-por-sexo-con-dos-menores-de-15-anos.html

matapay
Author: matapay

Por matapay